EDITORIAL JULIO DE 2015
En reciente artículo (04/07/15) publicado en Rebelión, Miguel Ángel Ferrer afirma que
El anuncio del monumental recorte del gasto público para 2016 que hizo el secretario de Hacienda, Luis Videgaray Caso, cayó como un balde de agua helada sobre casi todos los sectores de la sociedad mexicana. Sobre todo de asalariados, pensionistas y pequeños y medianos empresarios. Se trata de un ominoso anuncio precursor de grandes calamidades económicas, políticas y sociales. Entre estas últimas, por supuesto, el incremento de la delincuencia: robos, secuestros, fraudes, despojos y otras expresiones de daño moral y patrimonial.
Y aunque el secretario de Hacienda sabe todo esto, se cuidó mucho, desde luego, de presentarlo y reconocerlo así. Por lo contrario, pintó un panorama idílico en el que el recortado presupuesto detonará la creación de empleos, fomentará el desarrollo económico del país y será particularmente beneficioso para los millones de individuos que dependen de ingresos fijos (cuando los hay): asalariados, subempleados, campesinos y pensionistas (jubilados, viudas y huérfanos), algo así como el 90 por ciento de la población mexicana.
Pero cuatro décadas de experiencia en las políticas económicas neoliberales nos dicen que la versión ofrecida por Videgaray es pura fantasía, ofertas de vendedor tramposo, un lobo con piel de cordero, guante de seda y puño de hierro, máscara de plata que encubre un rostro deformado.
Podemos compartir las apreciaciones del señor Ferrer, pero no queremos dejar de mencionar que precisamente el ejemplar que tienes en tus manos da cuenta de algunas de las múltiples experiencias que se van gestando a los largo del país como las raíces y manifestación de una nueva lógica tan mutante como militante, tan revolucionaria como evolucionaria, tan global como local.
Mantengamos la constancia y la congruencia en la construcción de proyectos como los que aquí se ilustran, para que la necesidad de cambio no de paso a la desesperación que sustenta las derrotas ni a la frustración que justifica la pasividad.